Sinceramente creo que, como en aquella película, las opiniones con como los culos, y cada cual tiene el suyo. Unos dicen A, otros dicen B, se habla sobre el tema y llegamos a la sana discusión. La discusión es la clave.
No se trata de convencer a nadie, sino de escuchar y comprender los puntos de vista de los otros. Lo mejor de una discusión es llegar a ver un punto de vista que no éramos capaces de ver antes. Discutir, si se quiere, enriquece.
Hace ya bastante tiempo que intento comprender cualquier punto de vista, por extraño que me parezca, sin poner cara de póker, sin recelos, porque si esa persona que me está hablando lo cree de veras, quizás me estoy perdiendo algo... Viene a ser como sorprenderse sin sorprenderse. Aceptar el otro punto de vista y considerarlo con seriedad, intentar ver la verdad que ve el otro y después, sólo después, hablar sobre ella.
Por desgracia últimamente me he encontrado en encrucijadas en las que escucho pero hablo para la pared. Y es que para mí es necesario que ese enriquecimiento sea mutuo. No me sirve -no de la misma forma al menos- escuchar y tratar de entender y encontrarme con negativas constantes.
Si el intercambio no es mutuo algo falla. Si no hay confianza la cosa no funciona. Si los otros se niegan a entender, a ver, a aceptar, la discusión se convierte en un torrente de opiniones que vienen de arriba, donde no puedes alcanzar.
¿Y de qué sirve estirarse al límite si no puedes alcanzar?
viernes, 20 de marzo de 2009
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