Hace ocho años que no excribo nada en este blog. No me ha hecho falta plasmar mis opiniones, mis ideas o mi instrospección para seguir formándome. No he sentido la necesidad de compartir aquí.
Compartir.
Me casé. Nos casamos. Vivimos, hacemos, nos queremos. El mundo exterior nos apabulla, nos aturde, nos sobra. Mi ración de compartir no necesita de más.
Hablábamos el otro día de los medios sociales, de cómo el discurso de algunos -de muchos-, cambia del directo al escrito. En la tranquilidad del castillo que es nuestro hogar nos convertimos en seres críticos, ácidos, violentos. Con opinión.
-Tengo derecho a opinar. Y dejamos la cagadica.
La gente se agrupa en torno a un cebo, se arma de bilis y tira sus piedras. Da igual el objetivo; un chiste negro, otra opinión que no nos gusta, otro sexo, religión, orientación sexual... Mi opinión difiere de la tuya, y apestas.
El público comparte fotos, nombres y direcciones de gente a la que no conoce y EXIGE castigo. Castigo por algo que ha visto por ahí, que no conoce en primera persona, y sobretodo, que no coincide con su OPINIÓN. La palabra sagrada.
- Tengo derecho a opinar, y opino que eres un cerdo, o una cerda.
El público se ha convertido ya en masa. Informe y viscosa, se mueve por "graverdad", parte información, parte voy donde me llevan. El objetivo: soltar bilis.
Si uno daña a otro, le desean la muerte. Si tu opinión no es la nuestra, perteneces al estereotipo que debería perder su derecho a opinar (por cierto, no nos clasifiques. Eso nos ofende.). Si tu humor es negro, verde o religioso, ya no es humor, y eres un/a indeseable.
Salvaos mientras podáis. Huid de la masa. Vivid en positivo.
Un abrazo.
domingo, 30 de julio de 2017
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