martes, 18 de agosto de 2009

Más sabe el Diablo...

Hace un par de días compartí un rato magnífico y raro charlando con mi madre. Hablamos de cosas comunes, de mis hermanas, sobrinos, de acontecimientos pasados y futuros. De cosas de la vida, en definitiva.
Es curioso porque rara vez nos dedicamos un tiempo así. Son momentos extraños, dulces y placenteros. Supongo que es cierto eso que dicen de volver al seno materno.

Resulta que hablando de todas esas cosas hablamos también de las que nos preocupan, y lo hicimos como sólo madre e hijo hablan, con esa sinceridad sin pretensiones, con ganas de dar lo mejor de uno mismo. Sin mentiras, sin tapujos, sin medias verdades.
Es en esos momentos cuando te das cuenta de la sabiduría y la simplicidad de la vida vista por una persona mayor. Con unas sencillas frases son capaces de resumir todo eso que te ha costado tanto llegar a ver, y con otra te dan la clave para seguir con una sonrisa en la cara.
Quizás debería tener estas charlas más a menudo. O quizás si se tienen más a menudo no sirvan lo mismo, no lo sé.

Ahora de repente echo de menos a mi abuela -la única que conocí- y su filosofía de la vida.
- De Puente al cielo, y de mala gana - decía ella, Puentesina de toda la vida. Y luego cantaba aquellas canciones carlistas, con letras olvidadas y tonadillas desafinadas, y se reía.
También recuerdo a mi tio abuelo Marcelino, hermano de mi abuelo Jerónimo, al que le robó la bici cuando la guerra para huir a Francia, y que acabó en un campo de refugiados pasandolas putas.
- La guerra es un desastre. No vale para nada - Y luego lloraba, y yo le daba la mano y lo entendía todo de golpe.

Aprovechad esos momentos de sabiduría encontrada. Buscadlos si hace tiempo que no los tenéis. Atesoradlos. Transmitidlos. Disfrutadlos.

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